Hay pecados de pensamiento, palabra y obra. Dejo a un lado los de pensamiento y obra, para fijarme en los de palabra, entendida como principio básico de la comunicación, pero ella puede convertirse en medio de discriminación, engaño y mentira, como sabe la Biblia, que define al Diablo como el mentiroso (Jn 8, 44); no necesita matar haciendo guerras, le basta con mentir para dominar el mundo.
El Apocalipsis dice que hay tres poderes destructores: La violencia militar que defiende matando; el dinero que crea riqueza esclavizando; la palabra que educa, pero que también miente y margina (Ap 13). Y entre los tres, el más peligroso es el pecado de la palabra (la mentira que engaña, seduce, destruye). En esa línea, muchos dicen que el mundo actual se encuentra dirigido por un tipo de conocimiento (ciencia e información) al servicio del pecado, que consiste en acaparar el conocimiento para servicio propio y en mentir a los demás, para destruirles.
Los que hoy dominan el mundo, no son ya los dueños del oro, trigo o petróleo, sino los que controlan el conocimiento, excluyendo a los más pobres, y además mintiendo, para controlar a los demás, a través de unos medios de información y comunicación de masas, para su servicio. Esto es algo que sabían ya los judíos hace más de 2500 años, cuando dijeron que el mayor “pecado” de Israel y, en especial, de sus gobernantes, jueces y sacerdotes era la mentira, una información falsa, al servicio de su riqueza. Así lo dice por ejemplo el Salmo
12:
Sálvanos, Dios, que se acaban los rectos, no hay hombres que digan verdad… no hacen más que mentir a su prójimo, hablan con labios embusteros. y con doblez de corazón… Así dicen: con nuestra lengua somos poderosos, nuestros labios nos defienden ¿quién podrá dominarnos?. (cf. Sal 12, 2-5)
Éstos son los malvados que quieren dominar el mundo a través de la mentira (o de la ocultación de la verdad, del conocimiento), engañando, dominando y marginando a los otros. Éste no era un pecado exclusivo de hombres poderosos, como ciertos políticos y dueños de los medios de comunicación de masas, sino un pecado de todos los que utilizan la palabra (el lenguaje) para engañar a los demás, de un modo directo o indirecto, para dominarles.
Así dice en el Nuevo Testamento en la Carta de Santiago cuando habla del “pecado de la lengua”, afirmando que ella es como el “timón” de una nave, que puede dirigirla hacia un lado o el otro (Sant 3). En esa línea condena a los que acaparan la palabra (impidiendo que otros conozcan y hablen) y, sobre todo, acusando de un modo especial a los que pervierten la verdad, pues utilizan la palabra para ocultar la verdad, para mentir, destruyendo así a los otros.
Los perversos, los más duros destructores de la vida humana eran y siguen siendo los que suscitan y propagan una cultura de mentira, imposición (no dejando que otros aprendan y hablen) y opresión, para servicio propio, dominando (esclavizando) de esa forma a los demás, en sentido personal, social e incluso religioso. Estos perversos de la palabra no necesitan armas para dirigir la nave del mundo, como decía Santiago. Tienen un arma más más fuerte y peligrosa: La palabra que miente, que engaña, que destruye a los demás.
En contra de eso, el Dios de este salmo sigue diciendo: «Por la opresión de los pobres, por el gemido de los débiles yo me levantaré, y daré salvación a quienes están oprimidos» (Sal 12, 7). Así se opone Dios al pecado de la lengua que destruye a los débiles. Sólo puede llamarse cristiana una comunidad que no miente, no engaña, sino que dice la verdad y ofrece a todos la palabra. Los prepotentes de la tierra “quitan” a los pobres la palabra, pero Dios se la restituye, de un modo solemne, de manera que aparezcan y sean “ricos” en palabra.
Este salmo identifica la palabra buena con un tesoro de reyes, pues ella es la auténtica riqueza, la plata más fina, el poder más alto. Así se entiende aquel pasaje en el que Pilato le pregunta a Jesús ¿tú eres rey? y Jesús le responde: Yo soy rey “porque digo la verdad” (Jn 18, 38).
Aquí vemos que la verdadera grandeza del hombre consiste en decir la verdad, no engañar, no destruir a los demás con la palabra. En ese sentido, todos hemos de ser “reyes y amigos”, como sigue diciendo Jesús: Vosotros no sois mis criados o siervos, sino mis amigos, porque yo os he dicho todo, siempre la verdad, sin mentiras (cf. Jn 15, 15). La verdad libera, nos hace “reyes”, hijos de Dios, amigos, hermanos. Lo contrario a la verdad es el Diablo (Jn 8, 44), que miente y mata, porque la mentira es una forma de homicidio (Jn 6, 44).
Xabier Pikaza Ibarrondo
Ha sido profesor de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España (1973 – 2003). Casado con M. Isabel Pérez. Escritor e investigador de reconocido prestigio internacional.
“Sólo puede llamarse cristiana una comunidad que no miente, no engaña, sino que dice la verdad y ofrece a todos la palabra”.