Muchos de nosotros recordamos que el tema de la capa de ozono aparecía frecuentemente en las noticias durante los años 80s y 90s como un problema ambiental grave. Los científicos en aquel tiempo descubrieron que esta capa, que funciona como un escudo protegiéndonos de las radiaciones dañinas del sol, presentaba agujeros principalmente en el hemisferio sur, afectando la salud humana en países como Argentina y Chile. La capa de ozono se destruye por arrojar al aire sustancias químicas llamadas clofluorocarbonos (CFCs) utilizadas en muchos productos como aerosoles, desodorantes, acondicionadores de aire, entre otros. Para resolver el problema, la ONU estableció el Protocolo de Montreal, un acuerdo internacional, donde todos los países se comprometieron a eliminar el uso y producción de CFCs. Hoy en día, el uso de estas sustancias se ha reducido considerablemente, y aunque los agujeros aún existen, son cada vez más pequeños, y si todo va bien, hacia el final de este siglo se podría recuperar del todo la capa de ozono.
El Papa Francisco en 2019 declaró lo siguiente: “En cierto sentido, el régimen internacional del ozono demuestra que “tenemos la libertad necesaria para limitar la técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más humano, más social, más integral”.
¿Qué es la economía circular?
A fin de cuidar “Nuestra Casa Común”, El Papa Francisco en la encíclica Laudato Si afirma que es fundamental buscar soluciones integrales para la crisis ambiental, y por ello en varias ocasiones ha pedido fomentar la economía circular y un consumo responsable para no seguir fomentando la cultura del “descarte” y del “despilfarro”.
Es bien sabido que el presente modelo económico está llegando ya al límite de su capacidad física. La economía circular es una alternativa atractiva que busca mantener el valor de los productos, materiales y recursos por el mayor tiempo posible reincorporándolos al ciclo de producción de estos, minimizando a la vez la generación de residuos. Mientras menos productos se desechen, menos materiales tendrán que ser extraídos de la tierra, y menos daños serán provocados al medio ambiente.
La circularidad también significa mejorar los procesos industriales a través de la eficiencia en el consumo de energía usando fuentes de energía renovables como la solar o eólica, y en el uso de materiales reciclados, así como la reducción, reutilización, reciclaje de productos químicos peligrosos.
A nivel europeo en marzo de 2020, la Comisión Europea adoptó un nuevo plan de acción para la economía circular, como uno de los principales elementos de Pacto Verde Europeo, para dar un nuevo impulso al empleo, al crecimiento económico, a la inversión y para desarrollar una economía neutra en carbono, eficiente en el uso de los recursos y competitiva. Se estima que la aplicación de las medidas de la economía circular en Europa podría de aquí al 2030 crear alrededor de 700,000 nuevos puestos de trabajo y aumentar el Producto Interno Bruto de la Unión Europea en un 0.5% adicional.
La transición hacia una economía circular requiere un compromiso activo de todos nosotros para cambiar los patrones de consumo de la sociedad. En este sentido, es muy importante que los consumidores cuenten con información ambiental precisa, por ejemplo, a través de las etiquetas en los productos que adquirimos (el denominado eco etiquetado). Lo anterior permite tener mayor conocimiento sobre los materiales y sustancias contenidas tanto en los productos como sus envases, y sus posibles impactos al medio ambiente, lo que nos permitirá seleccionar productos más sostenibles.
Queda claro entonces, que la economía circular se alinea muy bien con el concepto de la ecología integral propuesto por el Papa Francisco quien en Laudato Si nos dice que: “Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida para contemplar al Creador”.
Alejandro Kilpatrick. Ingeniero Ambiental. Organización Naciones Unidas (ONU). Bonn, Alemania